La semana pasada, aprovechando mi cumpleaños, fuimos al Poncelet Cheese Bar, un restaurante donde el queso es el gran protagonista.
Si de quesos se trata, ahí debo esta yo. Es uno de mis productos favoritos de siempre. Me gustan todos: tiernos, cremosos, frescos, curados, de cabra, de vaca, de oveja, azules, etcétera.
Desde que leí en prensa acerca del Poncelet Cheese Bar me dije que tenía que ir a probar. Aprovechando una oferta descuento de El tenedor, me decidí por fin a visitarlos.
De entrada el lugar parece algo frío por la decoración, un tanto minimalista con colores claros y maderas ya desde la propia fachada del restaurante, pero es algo que a mi me gusta bastante. Lo prefiero a los últimos lugares que he estado, muy parecidos unos a otros y con el nexo común de reutilizar viejas mesas y sillas de principios del siglo pasado. Vintage lo llaman.
Nos sentaron en una mesa para dos, que en lugar de sillas llevaba unos butacones bajos, que si bien son cómodos para una sobremesa y una charla informal, se hace algo incómodo a la hora de comer, ya que te obliga a echarte hacia adelante y pierdes el contacto con el respaldo.
El trato en todo momento fue muy correcto y cordial, sin llegar a ser cargante. Nos sentimos a gusto.
El maître nos explicó las opciones de la carta, entre las que podíamos elegir, en ciertos platos, retirar el queso. Bien pensado si vas con un grupo de amigos y a alguno por lo que sea no puede/quiere tomar queso.
De primer plato, elegimos una selección de quesos propuesta por el Maestro quesero, ya que entre la variedad de la carta nos íbamos a llevar un buen rato eligiendo.
Esta selección iba desde un queso suave y fresco a un queso azul. Todos espectaculares sin excepción.
Como plato principal, Lisice pidió un lomo bajo de vacuno en aceite de ceniza, mojo de avellanas y Queso de La Quesería Vega de San Martín (Madrid).

La carne en su punto y realmente sabrosa.
Yo me decanté por un rabo de vacuno estofado al vino tinto y deshuesado con queso Altejo y patata roja en forma de chips.

Estaba todo delicioso. Como postre pedimos un tarta tatín de manzana, como no, con queso también al que incluyeron una vela ya que era mi cumpleaños 🙂

Aparte del restaurante, tienen una tienda en la cercana calle de Argensola donde puedes elegir entre en una gran variedad de quesos y hacen también cursos básicos sobre quesos.
En definitiva un lugar que me gustó mucho, con un buen ambiente, sin demasiado ruido a pesar de que había gente para ser entre semana. Para volver sin duda.
Precio aproximado 30-40€ por persona.